SEÑOR,

T i»» contemporáneos vieron con admiración desde el último siglo renacer en la ilustre Corte de Weimar la imagen de las antiguas nobles Cortes de Italia, y en los Soberanos de este fe­liz pais revivir el espíritu de las augustas casas de Médicis y Este. Plenamente convencidos de su alta vocación, estos Príncipes se dedignaban exponerse á la equívoca gloria de las miradas del vulgo, ejercitando por mismos diversas artes y ciencias, y se